Las bandas del papel impreso


Leer periódicos, algo sano o insano según se mire, tiene el problema de que te encuentras con columnas de opinión que, en ocasiones, hacen que se te hinche la vena, sí, ésa, la gorda del cuello. Ayer me volvió a pasar, esta vez con un señor escritor, llamémosle Javier Marías, que decidió, por sus santos cojones, que en este país los lectores de libros electrónicos (él nos llama individuos) somos una mera banda organizada dedicada al latrocinio, que sólo compramos medio libro electrónico (ebook) al año. Supongo que ha debido preguntar, uno por uno, a todos los poseedores de un Kindle o aparato similar. Vaya por delante que a mí no me ha preguntado, por si acaso lee esta entrada y decide preguntarme… Y sí, sin llegar a la categoría del señor Marías, esto es para responderle.

Cierto es que, en parte, puedo coincidir con él en su exposición, algo que también me sucede con lo que han dicho más de una vez Lorenzo Silva y otros, pero también es cierto que estoy hasta los huevos de que me insulten. Y no sólo de que me insulten sino de que encima mientan bajo el auspicio de grupos de comunicación (con editoriales amigas) y que no den opción al usuario a defenderse. Es como Gallardón y sus mujeres, él decide y las mujeres a callar.

Lo primero, esas estadísticas, como las de los videojuegos o la música, son una puta mentira. Y son una mentira porque yo, al igual que un alto número de gente que conozco en persona y en modo virtual, compramos muchas de esas cosas por Internet fuera de España. Y eso en las estadísticas no sale. Y no sale porque se les caería el chiringuito. No sale porque le haría mostrar sus vergüenzas. Y no sale porque, si así fuera, haría que su sistema de negocio se viera marcado por lo que es: una estafa en toda regla. Y por cierto, si Amazon no da estadísticas generales de sus ventas, ¿de dónde coño saca Javier Marías esa estadística? ¿De Libranda? Perdonadme que me descojone.

Empecemos por el principio. Los editores siempre han defendido que hacer un libro es caro: pagar al escritor, al traductor, al corrector, el maquetador, el papel, la tinta, la distribución, el almacenaje… De un tiempo a esta parte, eso ya no vale. Lo que no dicen es por qué han cambiado de idea, eso no lo explican. Y ese cambio de estrategia les lleva a defender que por eso el libro electrónico debe valer, más o menos, lo mismo el de papel… Con dos cojones. Hace no mucho, en un foro, estuvimos discutiendo sobre ésto y la conclusión fue la de siempre: nos toman por gilipollas. Pues que os den.

Un libro electrónico no necesita papel, ni almacenaje, ni distribución, simplemente un sitio web para alojar y desde el que poder descargar. Y si lo vendes por Amazon ni siquiera éso. Sí necesitas un maquetado algo  diferente al de papel, pero no es algo que necesite de unas características especiales, ni de personal altamente cualificado. Sólo hay que ver las maquetaciones de los sitios piratas para poder comprobar que un usuario medio hace las cosas 40.000 veces mejor que los grupos editoriales. Que algunos de los libros que venden en electrónico dan vergüenza ajena (y no quiero meterme con las editoriales que directamente venden un ebook de los hechos en esas páginas piratas, el colmo de la desfachatez).

Tampoco explican por qué en este puto país no se pueden vender varias ediciones, simultáneamente, de un mismo libro: tapa dura, blanda, bolsillo,… como en cualquier país anglosajón, en la que el lector puede decidir cuál le interesa más. No, aquí somos más listos que los ingleses, dónde vas a parar. Y de paso, si podemos, ponemos un precio escandaloso para ganar más pasta. Y si no que le pregunten a Jacobo Siruela y su Antología universal del relato fantástico55€, y luego se quejará que no vende. Por si no lo sabe nadie, es una recopilación de relatos fantásticos que en su mayor parte están disponibles en otras recopilaciones y que tienen, en algunos casos, más de 100 años. Vamos que derechos de autor tampoco es que deba pagar mucho. Y en papel de biblia, que seguro que para algunos es algo inestimable. Pero dentro de ese libro hay una frase que a mí me tiene descolocado. Atentos que la cosa tiene miga:

Esta editorial ha buscado a los dueños o herederos de los derechos de algunas de las traducciones de este libro, sin haberlos hallado. Por ello, el día que aparezcan sus legítimos herederos, esta sociedad se obliga a abonar sus correspondientes derechos de autor, que en su caso correspondan.

Es de tenerlos cuadrados, muy cuadrados.

A todo esto podríamos añadir muchas más cosas: traducciones nefastas que van pasando de una editorial a otra sin que nadie tenga la dignidad de intentar hacer algo al respecto, lo que está haciendo que mucha gente lea ya directamente en el idioma original, si no es el castellano (Lolita, ay mi Lolita). También podríamos hablar de cómo han intentado por todos los medios que Amazon no pudiese vender libros y ebooks en España. Y por supuesto, podríamos hablar de todos esos autores autoeditados y que han visto en los ebooks una opción de darse a conocer a través de plataformas fuera del sistema editorial y que les han comido parte de la tostada. De eso no dicen ni mú.

Yo pirateo libros, a estas alturas no me escondo, pero también compro muchos, de hecho unos de mis lectores, un Kindle, sólo contiene todo aquello que compro en Amazon, y debe haber más de 300 libros. Cada uno de los libros es de un precio diferente: baratos, caros o gratuitos, pero comprados. Y eso hace más de 0,6 ebooks al año, ¿verdad, Javier?

Y defiendo a la gente que, desde el lado del escritor, busca el vender a unos precios adecuados, y me repatea que se piratee esos libros que no cuestan más allá del precio de un café, porque me jode que ellos, que están intentando demostrar que se puede hacer un negocio a partir de precios adecuados, se den contra un muro. Y muchos saben que yo he intentado ayudarles en lo que me han pedido, a algunos intentando ayudarles con la maquetación de los libros, a otros intentando promocionarles y defendiendo esos precios reducidos, y a otros ofreciéndoles directamente una maquetación para los ebooks. Pero yo soy yo, y defiendo mis causas, y no puedo hacer que todo el mundo piense como yo lo hago. Pero que no espere el señor Marías que defienda a la editorial que le paga los artículos.

Un saludo desde aquí a Armando Rodera, Bruno Nievas, Blas Ruíz Grau, ellos saben por qué.

Y otro a Lorenzo Silva, que, aunque no lo crea, tenemos más ideas en común que contrarias.

Y un  abrazo «especial» a Santiago Caruso, que sigue dibujando de putísima madre, pero que de todo lo demás no tiene ni zorra idea.

EDITADO: Se me olvidaba poner el enlace al artículo: http://elpais.com/elpais/2013/12/19/eps/1387465128_839474.html

La «puta» generación Kindle


No, no me refiero a la gente incluida bajo esa definición, me refiero a la definición en sí. Parece que todos los lectores electrónicos sean Kindle, al estilo de todas las consolas son Plays, y que todos los autores noveles autoeditados, a los que las editoriales le dieron la espalda como a cualquier mendigo en la puerta del Club Bilderberg, tengan que vender en la tienda del Kindle por narices. Pues no, ni siquiera muchos de esos autores comenzaron vendiendo en Amazon (ni usaron el formato nativo del Kindle) si no que regalaban sus obras por Internet a quien quisiera leerlos, o los vendían en sus propias webs. Hasta que vino un listo (una lista en este caso) y sacó el nombrecito de marras. ¿Tanto costaba llamarlos «La generación autoeditada» o «La generación ebook«? No, tenía que ser «La puta generación Kindle«. ¿Qué pasa que los que tenemos un SONY, un Papyre, un BQ o un Kobo, por poner ejemplos de otros lectores, no existimos?

Otra cosa sería ya entrar en calidades literarias. Es cierto que muchos de ellos cuentan historias con un cierto interés, pero la mayoría pecan de no tener un corrector/editor detrás que elimine todas esas expresiones y clichés que todos solemos repetir invariablemente en nuestros escritos. No es una limitación, por supuesto, pero sí hace que la lectura no sea tan agradable como el lector (y, seguramente, el propio autor) desearía. Eso no quita que los amigos Bruno Nievas o Armando Rodera se hayan ido haciendo un hueco, al igual que Marta Querol (que además es de la terreta), con sus novelas entre los lectores electrónicos. Recomendables todos ellos no sólo por las obras en sí, si no por el esfuerzo y las ganas de ser leídos. Compañeros en Twitter o en el foro Lectoreselectronicos, siempre dispuestos a comentar sus obras o cualquier otro tema que se os ocurra. Repito, tienen sus carencias, pero también es cierto que todo se lo han currado ellos y merecen el mayor de los aplausos. Todos ellos están disponibles en Amazon, por si queréis echarles un vistazo. Sin DRM, creo recordar, por lo que no es difícil convertir a otros formatos.

¿Es todo lo escrito por los autores de esta generación recomendable? No, por supuesto. Llevo bastante tiempo leyendo obras de Amazon (u otras librerías) de carácter autopublicado y, al igual que te encuentras buenas historias y pequeñas joyas (como Los senderos ocultos de los dioses, de Hilario Gómez Saafigueroa; o Las vírgenes necias, de Carlos Segovia), también hay mucha mierda disfrazada de libro. Y en ésto creo que Amazon, y el resto de librerías virtuales, deberían cuidar un poco más el producto que venden antes de que le gente deje de apoyar a estos autores.

PD: Esperamos la nueva, Bruno 😉

El jodido FIN


Desde hace mucho tiempo, tiempos inmemoriales ya, me ha gustado leer críticas y reseñas de libros y películas, tanto en revistas como en suplementos especializados: Fotogramas, Cinemanía, El Cultural, Babelia, Qué leer,… Me gustaba hacerlo porque me permitían descubrir obras que de otra forma me hubiese sido complicado ni tan siquiera intuir. En mayor o menor media, mis gustos solían coincidir con las evaluaciones publicadas, lo que hizo que poco a poco fuese utilizándolos como si fuese mi propio criterio. Pero de un tiempo a esta parte, tanto en las revistas de cine como en las de literatura, comienzo a notar una relajación (por no decir otra cosa) en las puntuaciones realmente preocupante. Más que preocupante: irritante y completamente desproporcionadas. Sé que alguien puede decirme que todo crítico no deja de ser un lector/espectador más, y por tanto sujeto a subjetividades. Lo admito, pero un medio de comunicación (gratuito o no, con prestigio o con expectativas de tenerlo) no puede consentir determinadas veleidades. Se juegan demasiado para consentir tropelías como la que voy a describir abajo. Es una crítica al libro Fin de David Monteagudo aparecida en la revista Qué leer en 2010, pero ejemplos puedo poner múltiples:

Título: FIN
Autor: David Monteagudo
Editorial: Acantilado
, 352 páginas. 19 euros.

Calificación: CUATRO TINTEROS

Un grupo de amigos se reúne tras un largo periodo de poco contacto para rememorar la noche que vivieron en un refugio de montaña quince años atrás. Algunos van con parejas y otros solos, pero falta uno de ellos, aquél al que llamaban El Profeta por su moral católica. Por la noche, tras un inesperado apagón, ven que las estrellas lucen más brillantes que nunca. Por la mañana uno de ellos ha desaparecido. No será el último.

Se han utilizado muchas referencias externas para hablar de las excelencias del debut de David Monteagudo. Han sonado nombres como el de Albert Sánchez Piñol, Cormac McCarthy o Rafael Sánchez Ferlosio, autores que tienen en común con este lucense esa pasión por narrarnos grandes contradicciones psicológicas en historias herméticas.

Fin no es una obra fácil: es un cuento que viaja del drama generacional a la ciencia ficción más oscura. El verdadero motivo para dejarse subyagar por esta trama apocalíptica tarda más de cien páginas en ser desvelado. En ese caso, me recuerda mucho a la novela de Stephen King El cazador de sueños, donde un drama banal y generacional se va conviertiendo poco a poco en una pesadilla alienígena. Aunque Monteagudo no es tan fan de los efectos especiales como el autor de Carrie: su prosa asfixiante, capaz de hacernos temblar de miedo en espacios abiertos a pleno sol, suele ser rica en detalles, como esos estallidos de naturaleza salvaje, preludio de una gran tragedia. Y, al contrario que King, Monteagudo huye de cualquier convencionalismo dentro del género, dejándonos el cuerpo maltrecho al compartir los miedos y dudas de sus protagonistas, sin explicaciones ni ataduras, sólo el auténtico horror de no saber nunca realmente lo que pasa. Una (nueva) mirada certera al apocalipsis que está llamada a ser el debut literario de este año.

Por Manu González

Vayamos por partes, lo primero decir que admiro a David Monteagudo por el hecho de haber conseguido publicar su novela (y las posteriores) sin ser un escritor profesional, por ser un trabajador de una fábrica que, con esfuerzo, ha logrado su sueño. Igual que admiro a gente como Bruno Nievas, Armando Rodera,… Todos ellos, con mayor o menor calidad, han conseguido darse a conocer, publicar y ser leídos. Mi aplauso. Pero hasta ahí llego, lo que viene a continuación es lo que me solivianta y me encabrona.

La crítica del libro habla de comparaciones, entre otros, con McCarthy o Sánchez Ferlosio. Yo me pregunto si el crítico (o las personas a las que se refiere) ha leído algo de estos señores para compararlo con tanta alegría. Incluso con Sánchez Piñol (otro que merecería una mención especial por escribir dos veces el mismo libro y que se los publiquen) queda extraño. Pues va a ser que no. Que ni de coña. Tú lees Fin y lo intentas comparar con La carretera, El Jarama o La piel fría y es como comparar un SEAT 600 desguazado con un Mercedes recién salido del concesionario, para mear y no echar gota.

El libro es, de forma clara y sencilla, una jodida patochada sin sentido, en el que se han rellenado páginas con palabras que, al final de la obra, no han conseguido explicar absolutamente nada. Si algunos críticos son capaces de valorar esta novela como de las mejores del año 2010, entonces mejor que dejemos de leer literatura española actual porque tiene un problema realmente grave. La obra comienza de forma infantil, con una escena cuanto menos mal escrita y mal descrita. Lo jodido es que, conforme avanzamos, pasamos a unas descripciones recargadas hasta la pedantería, explicaciones extensas de cosas que no terminas de comprender por qué nos las describe el autor de forma tan precisa. Pero hay más… De su contenido, como expectativa para leerlo, podemos decir que no hay nada, es el puto vacío. A lo largo del libro no sabes que pasa, por qué suceden las cosas y, para rematar, no hay final. Y te quedas con una cara de canelo que tira para atrás. Y si a eso le añadimos un desarrollo en el que todos los personajes son insustanciales, están encabronados entre sí (y tú no tienes ni pajolera idea de por qué) y los diálogos alcanzan la profundidad dialéctica de un parvulario, pues tenemos un cóctel que ni Dan Brown, tú. Y con leones, tigres, cabras montesas y galgos a tropel (por cierto, lo mejor del libro es la escena de los galgos en la gasolinera).

Si alguno tiene interés, hay un librito que tiene un inicio parecido (pero mejor todo lo demás) y que estoy seguro  que dejará mejor sabor de boca: Mecanoscrit del segon origen, de Manuel de Pedrolo (hay versión en castellano como Mecanoescrito del segundo origen).

Un saludo

PD: Se ve que no había bastante con el puto libro que encima han hecho una película, con Maribel Verdú. Luego nos quejamos. Fotogramas: http://www.fotogramas.es/Peliculas/Fin